Heredamos de los griegos la discriminación y la exclusión a la mujer del espacio público y de la política. Las colombianas tuvieron que esperar hasta el mandato del General Rojas para que aprobaran la ley Carola que les diera el derecho a elegir y ser elegidas. Es justo decir que, en la democracia de Atenas, estaban excluidos los extranjeros, los esclavos y las mujeres, ya que no aplicaban a la categoría de ciudadanos. Así mismo, en el teatro griego, los hombres representaban tanto los roles masculinos como los femeninos. Irene Vallejo afirma con cierto dejo de humor, que los griegos, al no permitir que mujer alguna fuera actriz, inventaron los drags queens. Sin embargo, Platón refiere la existencia de un matriarcado en la isla de Creta, y que al igual que en otras islas del Egeo y en la costa de Anatolia, el mundo femenino tuvo más derechos, incluso otros matriarcados, refiriendo el filósofo, que, durante la batalla de Salamina, la flota cretense la comandó la reina Artemisia de Halicarnaso.
La misoginia y la discriminación hacia la mujer continúa en la actualidad y no obstante la ley Carola, han sido muy pocas las aspirantes a la presidencia de Colombia en los últimos sesenta años. Fue precisamente su hija María Eugenia, la primera candidata presidencial. Se han frustrado los intentos de destacadas figuras femeninas de la política, en el propósito de ser elegidas para gobernar. De los retazos que quedan de la Constitución de 1991, y después de múltiples contrarreformas para adaptarla a los requerimientos de los intereses económicos corporativos, sobreviven derechos, así, en la práctica, las mujeres devenguen salarios menores a los hombres con similares responsabilidades y se desconozca el emolumento justo y digno a cuidadoras. Si bien la ley castiga el asesinato de mujeres y la discriminación a la comunidad LGTBQ+, contrasta la norma con una realidad que muestra índices preocupantes de feminicidio y transfeminicidio.
Es esperanzador ver un número creciente de mujeres participando en política y aspirando a cargos de representación y de gobierno. Algunas de forma temeraria, otras con ilusiones infundadas, pero otras con grandes capacidades. No sobra advertir que virtudes, vicios, y defectos anidan en el alma humana independiente de su identidad o condición de género.
En la parrilla de candidatas a la presidencia hay de todo lo mencionado, con mérito y sin él. Desde mi punto de vista sobresale por su conocimiento, después de años de estudio sobre el país, la ex ministra de Estado, la siquiatra Carolina Corcho, quien añade a su formación académica y extracurricular, su inteligencia y comprehensión con empatía de los problemas de los más débiles. Conoce al detalle el proyecto del cambio y por eso es garantía de una continuidad subsanando errores. En momentos de incertidumbre geopolítica, y una Colombia reorientándose a suplir las necesidades del futuro, Carolina Corcho surge, bajo el contexto actual, como las imaginarias Lisístrata o Praxágora, en las obras de Aristófanes.
Jaime Calderón Herrera