Con nostalgia, extrañamos la ciudad segura en la que vivíamos hace varias décadas, aquella en la que crecimos recorriendo las calles en bicicletas y patines, sin temor, en la que los niños jugaban en los parques mientras nuestros padres conversaban con los vecinos, sentados en un escaño a la sombra de un frondoso árbol. Eran espacios limpios y ordenados que reflejaban respeto por la gente.
A medida que la seguridad en las ciudades se ha deteriorado, nos hemos vuelto más desconfiados y nos encerramos en los espacios donde nos sentimos protegidos. Dejamos de tener contacto con el tendero, con el vendedor callejero, y las tertulias entre vecinos en los andenes de las casas y edificios son cada vez más escasas.
Como bien dijo Enrique Peñaloza en su documento La Ciudad Peatonal: «Los andenes no son para pasar, son para vivir. Como los parques, son para que la gente converse, los niños jueguen, las parejas se seduzcan, y los viejos puedan leer el periódico en alguna banca o simplemente mirar pasar a la gente».
Bucaramanga necesita más espacios públicos para el disfrute de sus habitantes. ¡Qué maravilloso sería ver a la gente en sus días de descanso disfrutando de las calles, parques, andenes, jardines, cafés y todos los lugares públicos! Pero no para pasar con prisa, sino para disfrutar sin privilegios, en espacios bien cuidados que fortalezcan los vínculos entre los miembros de la comunidad. Cuando la gente de bien se apropia de estos espacios, hay menos lugar para la delincuencia.
Por supuesto, esto requiere que el Estado asuma la seguridad como una de sus funciones esenciales. Todos, ciudadanos y gobernantes, debemos entender la seguridad como un valor democrático. Sin ella, no hay inversión, no hay progreso, no hay paz, y la convivencia se vuelve difícil. El Estado debe garantizar la protección de las personas, sus bienes y derechos. Sin seguridad, la convivencia pacífica y el desarrollo social están en riesgo. Un Estado que brinda seguridad crea un ambiente propicio para el crecimiento económico y el bienestar general. Para ello, son fundamentales instituciones fuertes y políticas efectivas para prevenir delitos y mantener el orden.
La falta de seguridad también es una amenaza para la democracia, pues limita las garantías para un ejercicio político pluralista, genera miedo y desconfianza en la población, y dificulta la participación en procesos electorales o el ejercicio de derechos políticos. La inseguridad fomenta la corrupción y la impunidad, debilitando las instituciones democráticas y poniendo en riesgo la estabilidad del Estado de Derecho.
¿Cómo podemos colaborar los ciudadanos? De varias maneras: respetando las leyes y promoviendo la convivencia pacífica, colaborando con las autoridades, fomentando la solidaridad entre vecinos para crear un entorno más seguro, y sobre todo, apoyando y valorando a nuestra fuerza pública, de manera que sientan que su labor es respetada y reconocida.
Martha Elena Pinto de De Hart. E-mail: fundparticipar@yahoo.es