Muy seguramente el título de esta columna de opinión puede resultar estridente para algún lector. Si éste es su caso, ofrecemos disculpas por su disonancia. Es entendible que esa sea la reacción, máxime si consideramos que el término utilizado (‘Simgeótico’ o ‘Simgeósis’) simplemente no existe en ningún diccionario (no es un error tipográfico). El término raíz, ‘Simgeósis’, se ha acuñado intencionalmente para ésta columna, con el propósito de mostrar un aspecto complementario y fundamental de los seres vivientes: somos organismos simbióticos y también organismos simgeóticos.
El térmico ‘Simgeosis’, pretende hacer referencia a una condición connatural y esencial de los seres humanos, y en general de toda la biota terrestre: ‘somos organismos que vivimos en estrecha relación vital con los procesos y los materiales geológicos que conforman y transforman continuamente nuestro hogar planetario’. Que los seres vivientes seamos organismos ‘simbióticos’ es algo que damos por sentado, debido a esa íntima y necesaria relación entre especies diferentes, fundamental para el beneficio mutuo, y siempre en pro de nuestras vidas. Sin embargo, es posible que, a priori, brote cierta resistencia frente a la afirmación relacionada con nuestra naturaleza simgeótica, aunque un poco de discernimiento sobre esta relación ‘biósfera-geósfera’, resulta suficiente para percibir y reconocer la relación estrecha entre la vida y los procesos y materiales geológicos. Estos últimos marcan las notas musicales al ritmo del cual evoluciona la vida.
Todos los seres vivientes (humanos y demás animales, tales como plantas, hongos, protistas, bacterias y arqueas), somos seres mutantes, es decir, experimentamos mutaciones de manera permanente. Algunas de estas mutaciones son inocuas, otras beneficiosas y otras perjudiciales o incluso letales. El entorno natural es finalmente el que determina cuál mutante sigue y cuál se queda por fuera del camino de la evolución. De ahí que nuestro entorno natural, en términos de su comprensión funcional, no debe escindirse entre lo exclusivamente biótico y lo abiótico, y menos aún si esto conlleva a dar preeminencia a un componente, en detrimento o desconocimiento del otro. Al igual que dependemos de otros seres vivos, también dependemos de las rocas, la tectónica, la geomorfología, y en general de la geología. Como ya lo hemos reiterado: los procesos y los materiales geológicos de nuestro planeta, sientan las bases que configuran los ecosistemas de nuestra biosfera. Somos mutantes simgeóticos y simbióticos, pero no reclusos perennes de nuestro planeta.
Entender las estrechas relaciones entre la geósfera, la biósfera y la cultura, es una perspectiva prometedora que nos permite conectar nuestro pasado con nuestro presente; es una estrategia que nos proporciona una noción amplia de nuestra realidad, lo cual es fundamental para proyectarnos hacia el futuro de manera inclusiva, innovadora y sostenible. Esta visión integradora es en gran parte la esencia de los Geoparques: un espacio dinámico, en el cual se construye compromiso colectivo, desde el conocimiento, la innovación, el respeto y el cuidado de nuestra riqueza natural (abiótica y biótica) y cultural. Sin la participación conjunta y decidida del sector público, privado y la comunidad, el Geoparque Cañón del Chicamocha, y en general los ‘Geoparques’ en Colombia, permanecerán como imagen pública congelada en el ‘horizonte de sucesos’.
Luis Carlos Mantilla Figueroa y en colaboración con Clara Isabel López Gualdrón.