Si fuera tan sencillo como apagar o encender un interruptor, podríamos simplemente tomar la decisión consciente de pasar de los gritos y las afrentas, a la escucha y el reconocimiento del otro. Pero la realidad es mucho más compleja. Como seres humanos, si bien el principio de igualdad nos ampara, circunstancias, saberes y experiencias nos llevan a reaccionar de maneras muy diversas, a menudo inesperadas.
Colombia transita por uno de sus momentos más desafiantes, donde la desconfianza y la polarización están al orden del día. El lenguaje ha traspasado los límites del odio, y la brecha entre nosotros, los colombianos, se pronuncia cada vez más. Llegamos a un punto en que pareciera que nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. Según el Barómetro de Confianza Edelman 2025, apenas el 49 % de los colombianos confía en sus instituciones, por debajo del promedio mundial. El lenguaje público ha sido “colonizado” por el ataque, la descalificación y la deshumanización. Ante este panorama, es imperativo no solo hablar, sino sobre todo escuchar.
Los hechos recientes han motivado un llamado generalizado a la serenidad y la cordura. Ciudadanos, instituciones y líderes de todos los ámbitos claman “a gritos” bajarle al tono. Sin embargo, con la misma rapidez con la que se difunden declaraciones llenas de promesas y buenas intenciones, surgen pronunciamientos que traen nuevas formas de agresión.
En este contexto, las ideas del biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana cobran una relevancia fundamental. Maturana sostenía que “vivir es convivir”, y para él, la convivencia se construye y se transforma en el lenguaje. No se trata solo de la comunicación verbal, sino de todas las interacciones que nos permiten coordinar acciones y emociones. Si en Colombia el lenguaje se ha distorsionado hasta el punto de la agresión y la desconfianza, es precisamente ahí donde debemos reconstruir, donde debemos “subir el volumen” a la escucha y al entendimiento mutuo.
El diálogo social nos permite trascender la lógica de la confrontación para hallar puntos de encuentro. Es la herramienta para desescalar la polarización, para entender que, más allá de las diferencias ideológicas, compartimos un mismo país. Al abrirnos al diálogo, no solo fortalecemos lazos, sino que también recuperamos la confianza indispensable para avanzar como sociedad.
Subir el volumen al diálogo no es un acto de debilidad, sino de profunda fortaleza. Es reconocer que la única forma de sanar las heridas que nos dividen es hablando, pero, sobre todo, escuchándonos, construyendo y soñando juntos un futuro diferente para Colombia.
María Ximena Mantilla